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[Por su interés obvio, transcribimos a continuación el prólogo escrito por J. Ferrater Mora a la sexta edición del Diccionario de Filosofía. Constituye la última presentación de la obra realizada por el propio autor.]

Prólogo a la sexta edición

La edición anterior en dos volúmenes de este DICCIONARIO es la quinta, publicada en 1965 y terminada en 1963. Desde 1965 se ha reimpreso tres veces, en 1969, 1972 y 1975, pero habiéndose introducido sólo leves correcciones, hay que seguir considerando como edición anterior la quinta, de 1965.

Los cambios que la presente edición, sexta, en cuatro volúmenes, contiene respecto a la precedente son:

  1. Hay 756 entradas nuevas, incluyendo artículos sobre personas, con­ceptos y corrientes.
  2. Se han modificado, aumentado o reescrito por completo 542 artículos.
  3. Se ha corregido, comprobado, aumentado, puesto al día y reordenado la bibliografía. El número de títulos nuevos pasa de los 6.000.
  4. Se han corregido los miles de erratas de la edición y reimpresiones precedentes.

El número total de entradas en esta edición es de 3.154, que se distribuyen como sigue: personas, 1.756; conceptos, incluyendo locuciones y términos especiales, 1.398. Las remisiones en orden alfabético entre entradas alcanza a más de 2.000.

En términos absolutos, esta edición tiene un 50 por 100 de material nuevo respecto a la anterior. Si se tienen en cuenta los cambios a que me refiero en 2, es posible que un 60 o 65 por 100 del material de esta edición sea nuevo.

Una porción considerable del nuevo material se refiere a la filosofía contemporánea, pero he seguido prestando atención a todos los períodos de la his­toria de la filosofía y he mantenido la tendencia de las ediciones anteriores a presentar los conceptos en su historia. He incluido buen número de autores y conceptos que no son demasiado conocidos, pero sin los cuales no podría pintarse el vasto lienzo del pensamiento filosófico. He conservado asimismo la tendencia a incluir algunas figuras, conceptos y tendencias que desde el punto de vista convencional no son estrictamente filosóficos, pero cuyo interés filosófico me parece innegable.

En una obra de esta índole, a diferencia de las monográficas, no es posi­ble decirlo todo sobre una sola cosa, pero hay que decir algo sobre muchas co­sas. El especialista en matemática o en lógica encontrará insuficiente la en­trada sobre el axioma de elección, pero espero que encuentre algo interesante en la entrada sobre la voluntad de poder; el especialista en ética mostrará buen juicio en no consultar, o no prestar demasiada atención, a las entradas sobre la noción de imperativo o sobre la falacia naturalista, pero tal vez aprenda algo del artículo sobre el teorema de Craig; al medievalista le sabrán a poco los ar­tículos sobre Apelación, Apelativo o sobre Enrique de Harclay, pero puede aprender algo consultando las entradas sobre estructuralismo, materialismo histórico o la indeterminación de la traducción. En este DICCIONARIO se dice algo sobre tantas cosas que ello puede hasta constituir una especialidad.

En todo caso, la obra contiene multitud de informaciones que no es fácil encontrar juntas en otras obras. Desde este punto de vista no debe juzgarse de la importancia de una entrada por la longitud de la misma. Muchas entradas remiten a otras en un sistema de remisiones que da a la obra una estructura (informalmente) sistemática.

No se puede escribir el equivalente de treinta volúmenes de tamaño co­rriente y cuidar el estilo como si se tratara de un ensayo. Pero he procurado ser lo más claro posible. En honesto descargo quiero hacer constar que en oca­siones la falta de claridad puede deberse a que algunos de los pensamientos de varios de los filósofos transcritos son más bien opacos.

Prefiero a este DICCIONARIO algunos otros escritos míos que estimo más originales, pero no me arrepiento de haber dedicado a él un esfuerzo soste­nido. Creo que obras como la presente son necesarias para la buena marcha de la filosofía y que, además, pueden contribuir a reducir el notorio déficit entre las importaciones y las exportaciones culturales en países de lengua es­pañola.

Aunque esta lengua ha ido hacia adelante en los últimos tiempos, no ha alcanzado aún la reputación intelectual de varias de las lenguas que se han extendido más allá de las fronteras de los países en que son normalmente usadas. Estas lenguas son, en muy diversa proporción de difusión cultural, el in­glés, el francés, el alemán y el ruso -por varias razones, algunas simplemente pedagógicas, no puede decirse todavía lo mismo de lenguas de tan vasto al­cance demográfico y cultural como el árabe y el chino-. No es excepcional encontrar personas procedentes de países de lengua española que conozcan una o varias de cuando menos las tres primeras lenguas mencionadas. Pero es aún bastante raro encontrar entre los usuarios de cualesquiera de ellas perso­nas que, para propósitos culturales y científicos distintos de las especialidades agrupadas bajo el nombre de «estudios hispánicos» o «hispano-americanos», conozcan, o lean, el español. (Consúltense las listas de «Libros recibidos» en algunas revistas filosóficas muy prestigiosas e inmaculadamente impresas; el desaliño en la impresión de personas y de títulos hispánicos es casi patético.)

El carácter relativamente marginal del español en esferas culturales distin­tas de la literatura o las artes se debe a muy diversos factores, entre ellos po­líticos y económicos, pero se debe asimismo a que no hay todavía en español la abundancia y calidad de trabajos de investigación y de repertorios científi­cos y filosóficos que existen en las lenguas susodichas, especialmente en in­glés, francés, alemán y ruso. Todo lo que contribuya a aumentar la cantidad y calidad de tales trabajos y repertorios ha de redundar en beneficio de la len­gua, y de la cultura, en que se produzcan.

Quiero hacer constar que por sí solo ello no sería razón para esforzarse en producir semejantes trabajos y repertorios, o siquiera para crear la infraestructura educativa y cultural que permita la formación de multitud de per­sonas capaces de llevarlos a cabo. Hacer estas cosas por motivos nacionales o, como en el caso del español, plurinacionales, sería sospechoso. Lo impor­tante es que el beneficio sea, no sólo nacional, o plurinacional, sino también, y sobre todo, social. En todo caso, en el estado actual de cosas, ninguna len­gua y, con ello, ninguna cultura es enteramente respetada si, por grandes que sean sus contribuciones en los órdenes estético y literario, no van acompaña­das de contribuciones creadoras y ordenadoras suficientes en los aspectos fi­losófico y científico.

El presente DICCIONARIO está destinado a circular principalmente entre usuarios de la lengua en que está escrita. Pero aspira a ser consultado asi­mismo por personas de otras lenguas. Ofrece al respecto una ventaja que no se encuentra siempre en los grandes repertorios producidos en algunas de las lenguas más o menos universales antes citadas. Es común en tales repertorios, especialmente en filosofía, donde pesan tanto las tradiciones nacionales, y a veces inclusive las meramente provinciales, que se confinen a temas, proble­mas, figuras y referencias bibliográficas de los respectivos países. No es in­frecuente, además, que los autores se pongan anteojos para otear el paisaje de modo que acaban por verlo sólo del color del cristal a través del cual lo mi­ran. Creo que la presente obra es más amplia y ecuménica que muchas de las aludidas. Tiene, por descontado, sus limitaciones. Aunque contiene informa­ción sobre figuras y conceptos básicos de la llamada «filosofía oriental», trata principalmente de la titulada «filosofía occidental» a partir de Grecia. Dentro de ella usurpan la parte del león, además de las filosofías en lenguas griega y latina, las que proceden de autores usuarios -sean o no nativos de los países correspondientes- de las lenguas alemana, francesa, inglesa, italiana, rusa y lenguas hispánicas, así como, bien que en proporción menor, de las lenguas holandesa, polaca y escandinavas. Dentro de estas limitaciones, sin embargo, he procurado ensanchar el horizonte al máximo, dando cabida, en la medida en que lo permiten mis conocimientos, a figuras, tendencias y haces de con­ceptos procedentes de muy diversas regiones, lenguas y culturas. En particu­lar, y aunque tenga mis preferencias filosóficas -por lo demás, poco dogmáticas-, he tratado de ser equitativo con muy varias corrientes. Lo he hecho no en nombre del eclecticismo, sino en el del rigor y exactitud de la información.

La terminación de la preparación de esta edición ha coincidido con el úl­timo día del año 1976. Entre la terminación de una obra de las proporciones de la presente y su publicación media tiempo suficiente para que el autor sienta frecuentemente la tentación de añadidos y cambios: unos, por corres­ponder al período intermedio entre la terminación del manuscrito y su publi­cación; otros, por haberse descubierto omisiones. Es seguro, en todo caso, que en el entretanto habrá aumentado la ya abrumadora bibliografía filosófica.

Salvo un reducido número de añadidos de última hora, he rechazado la tentación citada, porque en una obra como ésta no hay más remedio que fi­jarse un límite temporal -de todos modos, se sabe de antemano que es in­completa-, y también porque los añadidos, o modificaciones, durante el pe­ríodo de impresión y corrección de pruebas son onerosos para el editor.

J. FERRATER MORA   Bryn Mawr, Pennsylvania, diciembre de 1976

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